OPINIÓN de Neirlay Andrade
"Yo soy el pueblo, la chusma, la turba, la masa"
Los versos de arriba son del poeta Carl Sandburg, quien hace más de medio siglo alzó la voz para nombrar al pueblo estadounidense, mentado nuevamente desde hace algunas semanas, pero esta vez por sus políticos. "Yo estoy cada vez más preocupado por la creciente chusma que ocupa Wall Street y otras ciudades del país", exclamaba hace unos días el líder de la mayoría republicana en la Cámara de Republicana, Eric Cantor.
La chusma de Cantor tiene rostro: son los indignados que representan al 9,1% de la población desempleada de Estados Unidos; a los 46,2 millones de pobres que rechazan una política financiera que ha concentrado 24% de las riquezas en manos de tan sólo 1% de la población.
Los epítetos no han parado: anarquistas, antiestadounidenses, anticapitalistas son algunos de los calificativos que han acompañado los discursos de legisladores como el presidente de la Comisión de Seguridad Nacional en la Cámara de Representantes, Peter King.
Sandburg (el pueblo) se preguntaba durante el furor del discurso opresivo del progreso "¿No saben que el trabajo del mundo se hace por medio de mí?" y la respuesta ha sido un rotundo no. Hoy el estadounidense ha tenido que soportar la internacionalización de la mano de obra como bandera que protege los recortes en asistencia sanitaria y en sueldos de los obreros.
El escritor de Illinois afirmaba: "Yo soy la sementera. Soy la pradera que soporta mucho arado. Terribles tempestades me pasan por encima". ¿Qué arado, qué tempestades? Los manifestantes de Wall Street han respondido con firmeza: "Han perpetuado la desigualdad y la discriminación en el entorno laboral en función de la edad, el color de la piel, el sexo, la identidad de género y la orientación sexual".
Estas palabras fueron proclamadas el pasado 29 de septiembre, desde el corazón financiero de la primera potencia económica mundial ¿La razón? Decirle a "todos aquellos que se sientan agraviados por los poderes corporativos del mundo" que no están solos.
Los indignados estadounidenses son la última gota de la "Década perdida", nombre con el que la prensa local ha bautizado los inicios siglo XXI; años en los que la explosión de la burbuja hipotecaria y el desbarajuste financiero han dejado en claro que, después de todo, el mercado no se autorregula y que la mano invisible no es tan transparente como quisieron hacer ver los abanderados del neoliberalismo.
"Olvido. Lo mejor de mí me es chupado y derramado"
La toma de espacios públicos ha sido acompañada de la apropiación de las redes sociales para difundir el llamado a protesta. Entre tanto, los medios de comunicación han reseñado las marchas y reclamos del Occupy Wall Street paulatinamente. David Brooks recuerda que el 17 de septiembre, cuando el movimiento se fue a las calles, solamente 10 reportes fueron trasmitidos por prensa y televisión; mientras que en estos momentos los reportes diarios están próximos a los 144.
La lucha no solamente es contra los bancos, las corporaciones, el Fondo Monetario Internacional y la administración de Barack Obama, sino contra las informaciones que desinforman, contra las noticias que ocultan.
Pero el combate contra la desinformación es también un ejercicio de memoria y lo cierto es que el otoño estadounidense inició en invierno: A principios de 2011, una ley antisindical promovida por el gobernador republicano de Wisconsin, Scott Walker, fue la chispa que encendió una secuela de protestas que alcanzaron a Ohio y otros 14 estados.
El 2 de marzo unas 100.000 personas se mantenían por quinto día consecutivo en las afueras del Capitolio de Columbus, capital de Ohio, para rechazar una ley que obligaba a los empleados públicos a dar el doble de dinero para cubrir su seguro de salud y 5,8% de su salario para el fondo de pensiones.
Pero si el ejercicio de memoria es un poco más concienzudo, tenemos que desde 2005, el sindicato Local 100, que agrupa a cerca de 30.000 trabajadores de transporte, acarrea una multa millonaria por la huelga de tres días que protagonizaron en diciembre de ese año.
Las cosas están agitadas afuera ¿y qué hay adentro? Se calcula que para 2012, Wall Street pierda otras 10.000 plazas de trabajo más; cifra que supera por sólo 100 el número de plazas de trabajo creadas entre enero de 2010 y abril de 2011. Si en efecto este cálculo se materializa, el número de despidos ascendería a 32.000 desde 2008.
El pasado 2 de octubre, el Nóbel de economía Joseph Stiglitz le gritó al mundo desde Zucotti Park "tienen razón de estar indignados", y agregó: "Hay un sistema en el que socializamos las pérdidas y privatizamos las ganancias".Los indignados estadounidenses tiene una tarea (ya dicha por Sandburg): aprender a recordar y ahí sí "la chusma —la turba— la masa arribará entonces".
"Yo soy el pueblo, la chusma, la turba, la masa"
Los versos de arriba son del poeta Carl Sandburg, quien hace más de medio siglo alzó la voz para nombrar al pueblo estadounidense, mentado nuevamente desde hace algunas semanas, pero esta vez por sus políticos. "Yo estoy cada vez más preocupado por la creciente chusma que ocupa Wall Street y otras ciudades del país", exclamaba hace unos días el líder de la mayoría republicana en la Cámara de Republicana, Eric Cantor.
La chusma de Cantor tiene rostro: son los indignados que representan al 9,1% de la población desempleada de Estados Unidos; a los 46,2 millones de pobres que rechazan una política financiera que ha concentrado 24% de las riquezas en manos de tan sólo 1% de la población.
Los epítetos no han parado: anarquistas, antiestadounidenses, anticapitalistas son algunos de los calificativos que han acompañado los discursos de legisladores como el presidente de la Comisión de Seguridad Nacional en la Cámara de Representantes, Peter King.
Sandburg (el pueblo) se preguntaba durante el furor del discurso opresivo del progreso "¿No saben que el trabajo del mundo se hace por medio de mí?" y la respuesta ha sido un rotundo no. Hoy el estadounidense ha tenido que soportar la internacionalización de la mano de obra como bandera que protege los recortes en asistencia sanitaria y en sueldos de los obreros.
El escritor de Illinois afirmaba: "Yo soy la sementera. Soy la pradera que soporta mucho arado. Terribles tempestades me pasan por encima". ¿Qué arado, qué tempestades? Los manifestantes de Wall Street han respondido con firmeza: "Han perpetuado la desigualdad y la discriminación en el entorno laboral en función de la edad, el color de la piel, el sexo, la identidad de género y la orientación sexual".
Estas palabras fueron proclamadas el pasado 29 de septiembre, desde el corazón financiero de la primera potencia económica mundial ¿La razón? Decirle a "todos aquellos que se sientan agraviados por los poderes corporativos del mundo" que no están solos.
Los indignados estadounidenses son la última gota de la "Década perdida", nombre con el que la prensa local ha bautizado los inicios siglo XXI; años en los que la explosión de la burbuja hipotecaria y el desbarajuste financiero han dejado en claro que, después de todo, el mercado no se autorregula y que la mano invisible no es tan transparente como quisieron hacer ver los abanderados del neoliberalismo.
"Olvido. Lo mejor de mí me es chupado y derramado"
La toma de espacios públicos ha sido acompañada de la apropiación de las redes sociales para difundir el llamado a protesta. Entre tanto, los medios de comunicación han reseñado las marchas y reclamos del Occupy Wall Street paulatinamente. David Brooks recuerda que el 17 de septiembre, cuando el movimiento se fue a las calles, solamente 10 reportes fueron trasmitidos por prensa y televisión; mientras que en estos momentos los reportes diarios están próximos a los 144.
La lucha no solamente es contra los bancos, las corporaciones, el Fondo Monetario Internacional y la administración de Barack Obama, sino contra las informaciones que desinforman, contra las noticias que ocultan.
Pero el combate contra la desinformación es también un ejercicio de memoria y lo cierto es que el otoño estadounidense inició en invierno: A principios de 2011, una ley antisindical promovida por el gobernador republicano de Wisconsin, Scott Walker, fue la chispa que encendió una secuela de protestas que alcanzaron a Ohio y otros 14 estados.
El 2 de marzo unas 100.000 personas se mantenían por quinto día consecutivo en las afueras del Capitolio de Columbus, capital de Ohio, para rechazar una ley que obligaba a los empleados públicos a dar el doble de dinero para cubrir su seguro de salud y 5,8% de su salario para el fondo de pensiones.
Pero si el ejercicio de memoria es un poco más concienzudo, tenemos que desde 2005, el sindicato Local 100, que agrupa a cerca de 30.000 trabajadores de transporte, acarrea una multa millonaria por la huelga de tres días que protagonizaron en diciembre de ese año.
Las cosas están agitadas afuera ¿y qué hay adentro? Se calcula que para 2012, Wall Street pierda otras 10.000 plazas de trabajo más; cifra que supera por sólo 100 el número de plazas de trabajo creadas entre enero de 2010 y abril de 2011. Si en efecto este cálculo se materializa, el número de despidos ascendería a 32.000 desde 2008.
El pasado 2 de octubre, el Nóbel de economía Joseph Stiglitz le gritó al mundo desde Zucotti Park "tienen razón de estar indignados", y agregó: "Hay un sistema en el que socializamos las pérdidas y privatizamos las ganancias".Los indignados estadounidenses tiene una tarea (ya dicha por Sandburg): aprender a recordar y ahí sí "la chusma —la turba— la masa arribará entonces".
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