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La guerra de las galaxias

OPINIÓN de Emilio Cafassi    

¿Inoportunas? ¿Habría acaso alguna oportunidad adecuada para que “un” ex presidente devele un despropósito que, entre otras muchas consecuencias, deja estupefactos a los propios dirigentes de la fuerza política gracias a la cual accedió al máximo poder político? Aunque no debería sorprender que, en la vertiente profusa de comentarios y repercusiones, “un” ex presidente como Lacalle reivindique las hipótesis expuestas y los pasos dados, cuestionando exclusivamente su publicidad. Para “ese” ex presidente el error reside en haberlo dicho, no en haberlo hecho. O en otros términos, en una cuestión de mera oportunidad y no en producir un escándalo que avergüenza a las izquierdas del mundo y a la fuerza a la que pertenece. Subyace allí, tácitamente, la idea según la cual habría medidas que “los” presidentes deberían adoptar, independientemente del partido al que pertenecen y de sus convicciones éticas e ideológicas. Como si se tratara de un golero que, con indiferencia del equipo para el que juegue, debe siempre evitar los goles de cualquier manera.

Sin embargo, la cuestión cardinal a subrayar en este tragicómico episodio no es que Tabaré Vázquez sea “un” ex presidente sino “el primer” presidente de la izquierda uruguaya que, en consecuencia, estaba obligado a ejecutar un programa, a ser fiel a los principios que enarboló, consultar con las estructuras orgánicas del instrumento político que le permitió acceder a la primera magistratura y seguir las indicaciones que surjan de esas instancias. Este principio genérico de pertenencia, organicidad y ejercicio mandatario, no se restringe a la presidencia de la república sino a toda responsabilidad dirigente: en los partidos, sindicatos, intendencias, representaciones legislativas, universitarias, o en la delegación y/o cargo que el lector quiera incorporar, desde las más modestas hasta las más encumbradas.

Los dirigentes de izquierda tienen, por cierto, muchos más enemigos que el resto y no me refiero sólo al capital. Entre todos ellos, algunos de sus principales y excluyentes no están en márgenes foráneas, ni se movilizan por reivindicaciones y, menos aún, organizan piquetes. Son más sigilosos y cercanos. Sus intromisiones y ocupaciones no son estridentes, aunque pueden resultar tan extensivas que, reptando, hasta se hacen del control del propio líder o militante. Me refiero a la autonomización burocrática, a la egolatría y al personalismo caudillezco. A ellos sí habrá que declararles la guerra ante el riesgo de subsumir la identidad y los objetivos estratégicos de un colectivo en un embrollo indiferenciado de intereses que es generalizado e igualado por los grandes medios y, de este modo, abominado por cada vez más ciudadanos, fundamentalmente jóvenes, llamado despectivamente, “la política”. Si la política es igual para todos, deberemos ir preparando las exequias de las izquierdas.

Sin embargo, el Frente Amplio (al igual que el PT brasileño como raras avis de las izquierdas del mundo) no es indiferente a estos peligros. Su propia estructura es, en su amplitud y pluralismo, una garantía relativa, aunque débil por sí misma y con exclusividad, para morigerar y contener la centrifugación ideológica de sus integrantes, la autonomización de sus representantes y la burocratización en general. Hay dos frentes, igualmente importantes en los que tienen lugar las batallas contra estas tendencias. Por un lado el específicamente personal de cada dirigente, donde la ética, la personalidad y la conciencia teórica del problema pueden jugar un rol activo. Por otro el de la estructura político-partidaria donde se deben pergeñar y ejecutar institutos de control, de mandato explícito, de rotación de las responsabilidades, entre muchos otros que contribuyan a este objetivo.

Cada vez que me refiero al actual Presidente Mujica en medios uruguayos, lo llamo Presidente Electo. Anuncié que lo haría en una contratapa de este diario el 12 de abril del año pasado, titulada “Siempre electo”, pero no fui yo el de la ocurrencia sino el propio Mujica quién, mostrando particular sensibilidad y conciencia frente a estos problemas lo sugirió en su discurso de asunción ante la asamblea legislativa, preguntándose cuál era el momento exacto en que deja de ser, o llamársele, “presidente electo” para convertirse en “presidente a secas”. Y se responde a sí mismo: “por mi parte, desearía que el título de electo no desapareciera de mi vida de un día para otro. Tiene la virtud de recordarme a cada rato que soy presidente sólo por la voluntad de los electores. Electo me advierte que no me distraiga y recuerde que estoy mandatado para la tarea. No en vano el otro sobrenombre de los presidentes es mandatario. Primer mandatario si se quiere, pero mandado por otros, no por sí mismo”.

En Argentina, por ejemplo esta sensibilidad y conciencia del problema no existe políticamente, no ya en las variantes populistas como los múltiples peronismos, incluyendo al kirchnerismo, sino en el movimiento sindical, en la insignificante izquierda orgánica, donde las estructuras son sólo parroquias adoratrices. Los militantes son militados para el acompañamiento y devoción al líder. Y en los casos extremos, se desorganizan u esfuman sin él. Piénsese si no en los líderes trotskistas Gervasio Posadas o Nahuel Moreno, cuyos partidos se disolvieron con la última expiración del líder.

Si ningún dirigente frenteamplista estaba al tanto de la hipótesis bélica, evidentemente estamos ante un caso de preocupante autonomización del líder. A ello hay que agregar lo descabellada de la hipótesis misma, a la que con cierto detenimiento se refirió en un editorial de ayer de este medio el Contralmirante (R) Óscar Lebel. Obviamente una palabra autorizada en esta materia. Allí sostiene que “la situación será decisivamente grave” ya que “es la de un puente cortado por ciudadanos argentinos de la localidad de Gualeguaychú que comenzando con un discurso ecologista se deslizan por la pendiente del fundamentalismo”. Más aún, sostiene que “desde que el mundo es mundo, un bloqueo es un acto de guerra, ya que un país por su sola voluntad está trabando el libre tránsito de mercancías y alimentos de un país vecino”. “¿No será mucho, Almirante? Faltaba más, Brigadier”, ironizaba una canción de Piero en los años ´70. Es cierto que en determinado momento, como sostiene el contralmirante, el presidente Kirchner azuzó el bloqueo y la movilización con fines electorales, pero tener un vecino demagogo y populista, ¿refuerza una hipótesis de guerra?

Una alegoría pretende rematar pedagógicamente la idea. “Se sabe desde siempre que si se mezclan gases de nafta y aire a la temperatura adecuada, se obtendrá una mezcla explosiva. Así vistas las cosas, es indiferente quien encienda una chispa: un revolucionario, un loco, un suicida....el resultado será siempre el mismo. Una detonación con los destrozos consiguientes.” Quién representaría aquí la nafta y quién el aire, es algo cuya ejemplificación habrá que buscar probablemente en otras galaxias, donde deben existir esas naturalizaciones de que el mundo es mundo y desde siempre, entre otras muletillas. Sin embargo, comparto con el Contralmirante la estrategia de una defensa común no sólo del Mercosur sino también de la UNASUR, cosa que requiere de mucha más tecnología que inútiles cuarteles terrestres y soldados barrigones.

También ayer, en un brillante editorial, Jorge Majfud ironizó sobre las ridículas hipótesis de conflicto que se formuló en los ´70 (y se sigue formulando actualmente) el asesino Gavazzo. Nada comparable con lo anteriormente citado, salvo porque de alguna manera sus hipótesis proceden de la formación de cuadros de una institución que hasta ahora lo único que ha demostrado temer es la lucha y movilización popular, cualquiera sea su motivación y metodología. Creo que es momento de someter esa formación a rigurosa revisión.

De todas formas, el problema mucho más grave que el de la descabellada hipótesis de conflicto, es la de su supuesta resolución pergeñada y sugerida. Aprovechar un viaje con fines comerciales para solicitar ayuda militar nada menos que al principal estado terrorista internacional, aquel que formó a los torturadores y sostuvo el golpe militar de su propio país y ocupa militarmente hoy varios países del mundo practicando los mismos métodos de entonces, y hacerlo a espaldas de su propio gabinete y partido, es algo más que un error o un desliz “inoportuno”.

Tal vez Vázquez creyó efectivamente que era “un” presidente (como el mismo dice en el colegio) y no “el” presidente que venía a cambiar la historia y por el cual se ha ganado el respeto y la admiración de tantas izquierdas. Pero vaya paradoja aquí. Lo que podría ser en principio un ejercicio de (injusta) modestia al minimizar su rol en la historia, termina siendo un ejercicio de soberbia, omnipotencia y narcisismo, al autonomizarse de la estructura a la que debe rendir cuentas y cuyo programa debe ejecutar. Si, como sostiene, fue a comerciar, ¿por qué entonces dio un salto (mortal, al fin) hacia una posible alianza bélica con el principal criminal internacional?

Creo que hace bien la senadora Topolansky en pedir explicaciones ante esta confesión espeluznante, tanto como honra al ex presidente haberse disculpado luego de la repercusión negativa de su alocución. Será muy útil rever estos errores entre compañeros, es decir, en este mundo pedestre y ripioso, lejano a las galaxias que imaginan sus asesores militares habitadas por peligrosos piqueteros.

Habrá quienes crean que estas líneas le hacen el juego a la derecha. No lo compartiré. Creo que ese beneficio lo logran las fuerzas conservadoras cuando las izquierdas pierden potencia crítica y autocrítica, para refugiarse en un silencio campista y corporativo.

No se trata de hacer leña del árbol caído sino de prever las estacas que permitan volver a ponerlo en pie y sostenerlo debidamente.

Si es que aún conserva sanas sus raíces.

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