Puerto del Rosario (Fuerteventura), 14 ene (EFE).- Ale estudiaba español en la Universidad de Saint Louis, en Senegal, y leía a Pablo Neruda hasta que empezó a obsesionarse con la idea de viajar a Europa y decidió subirse a una patera rumbo a Canarias con una idea fija: buscar trabajo en algún hotel de Barcelona, su ciudad soñada.
El joven senegalés, de 27 años, llegó al muelle de Gran Tarajal (Fuerteventura) a finales del pasado mes de diciembre junto a otros 30 inmigrantes, entre ellos diez mujeres y un niño. Canarias era para él un paso más en su plan migratorio, cuyo destino final debía ser Barcelona, donde le esperan un hermano y varios amigos.
Ahora cuenta a Efe todo lo que dejó atrás: lo más importante, a sus padres, ya "viejos", también Louga, su ciudad, y una carrera que no pudo terminar por la falta de futuro en su país.
Ale estudiaba castellano en la universidad porque le gusta mucho la lengua española, también su literatura. Le interesan numerosos autores que escriben en español, pero si tiene que poner nombre a su favorito se queda con el chileno Pablo Neruda, y de sus libros elige 'Veinte poemas de amor y una canción desesperada'.
Sus padres eran agricultores hasta que la vejez los apartó de las faenas del campo. Fue entonces cuando él asumió la responsabilidad de llevar dinero a casa y convertirse en cabeza de familia, y también cuando empezó a rondarle la idea de la patera a Europa.
Senegal puede presumir de ser uno de los países más estables de África, pero carga con altos índices de pobreza y desempleo que obligan a sus generaciones jóvenes a emigrar.
Ale explica cómo muchos estudiantes universitarios se topan con la realidad de un país sin futuro: "El sistema educativo en Senegal se destruyó en un momento dado, ahora hay muchas personas que tienen sus diplomas universitarios y que no tienen trabajo, somos cabeza de familia y queremos ayudar".
Con la obsesión de ayudar a sus padres, tomó un avión a Marruecos y para intentar cruzar desde allí el trozo de mar que separa los dos continentes, la frontera entre el norte y el sur.
A sus padres les habló de España, pero les mintió respecto a cómo viajaría. Les aseguró que sería en barco, no en patera, seguro de que no iban a aceptar que asumiera semejante riesgo.
En enero de 2018, Ale llegó a Casablanca y se puso a vivir en un piso con diez compañeros más. Esperó un año la llamada que le llevaría a la patera, centrado todo ese tiempo solo en "cómo hacer para llegar a Europa", el lugar de sus sueños.
El joven recuerda el infierno que vivió en Marruecos, donde le insultaban por ser negro, le agredían, le quintaban lo poco que tenía. El teléfono se lo robaron tres veces.
A finales de diciembre, Ale pudo subirse a una barcaza en una playa cuyo nombre no recuerda; no sabía nadar, pero no tuvo miedo, las ganas de tener un futuro eran superiores. "Solo pensé que íbamos a llegar en paz a España", comenta.
Su patera llegó a Gran Tarajal. "Pensé que había llegado al lugar donde están mis sueños y en poder ganarme la vida", dice. Del puerto, a comisaría y, 72 horas después, al albergue de Tefía.
Allí, algunos vecinos del pueblo ayudan a los migrantes a contar las monedas para pagar la guagua, les aclaran sorprendidos la duda de "qué bus te lleva de Tefía a Madrid o Barcelona" o les muestran su solidaridad.
Ale solo tiene buenas palabras para Tefía y para los voluntarios de Cruz Roja que los atienden en el albergue, pero piensa que su futuro está en Barcelona, ciudad donde su único hermano ha conseguido trabajo como albañil.
Antes de salir de Senegal, sus padres le dijeron "al llegar a España tienes que trabajar duro para ganarte la vida porque la vida no es fácil", y eso es lo que quiere hacer Ale, empezar a trabajar y "ayudar a la familia y a los pobres que viven en Senegal". "Quiero participar desde España en el desarrollo del país", dice.
Tiene miedo de que el futuro le depare volver a Senegal. "Hay muchos chicos en el país que tienen como sueño venir a Europa, la vida es un poco difícil allí porque hay mucha gente sin trabajo".
Su intención es ir a la capital catalana y trabajar en la recepción de un hotel y "poder así mejorar el idioma". Cree que podría desempeñar el trabajo "porque hay muchos turistas franceses" y él domina su idioma, además del español, inglés y wólof.
El joven senegalés, de 27 años, llegó al muelle de Gran Tarajal (Fuerteventura) a finales del pasado mes de diciembre junto a otros 30 inmigrantes, entre ellos diez mujeres y un niño. Canarias era para él un paso más en su plan migratorio, cuyo destino final debía ser Barcelona, donde le esperan un hermano y varios amigos.
Ahora cuenta a Efe todo lo que dejó atrás: lo más importante, a sus padres, ya "viejos", también Louga, su ciudad, y una carrera que no pudo terminar por la falta de futuro en su país.
Ale estudiaba castellano en la universidad porque le gusta mucho la lengua española, también su literatura. Le interesan numerosos autores que escriben en español, pero si tiene que poner nombre a su favorito se queda con el chileno Pablo Neruda, y de sus libros elige 'Veinte poemas de amor y una canción desesperada'.
Sus padres eran agricultores hasta que la vejez los apartó de las faenas del campo. Fue entonces cuando él asumió la responsabilidad de llevar dinero a casa y convertirse en cabeza de familia, y también cuando empezó a rondarle la idea de la patera a Europa.
Senegal puede presumir de ser uno de los países más estables de África, pero carga con altos índices de pobreza y desempleo que obligan a sus generaciones jóvenes a emigrar.
Ale explica cómo muchos estudiantes universitarios se topan con la realidad de un país sin futuro: "El sistema educativo en Senegal se destruyó en un momento dado, ahora hay muchas personas que tienen sus diplomas universitarios y que no tienen trabajo, somos cabeza de familia y queremos ayudar".
Con la obsesión de ayudar a sus padres, tomó un avión a Marruecos y para intentar cruzar desde allí el trozo de mar que separa los dos continentes, la frontera entre el norte y el sur.
A sus padres les habló de España, pero les mintió respecto a cómo viajaría. Les aseguró que sería en barco, no en patera, seguro de que no iban a aceptar que asumiera semejante riesgo.
En enero de 2018, Ale llegó a Casablanca y se puso a vivir en un piso con diez compañeros más. Esperó un año la llamada que le llevaría a la patera, centrado todo ese tiempo solo en "cómo hacer para llegar a Europa", el lugar de sus sueños.
El joven recuerda el infierno que vivió en Marruecos, donde le insultaban por ser negro, le agredían, le quintaban lo poco que tenía. El teléfono se lo robaron tres veces.
A finales de diciembre, Ale pudo subirse a una barcaza en una playa cuyo nombre no recuerda; no sabía nadar, pero no tuvo miedo, las ganas de tener un futuro eran superiores. "Solo pensé que íbamos a llegar en paz a España", comenta.
Su patera llegó a Gran Tarajal. "Pensé que había llegado al lugar donde están mis sueños y en poder ganarme la vida", dice. Del puerto, a comisaría y, 72 horas después, al albergue de Tefía.
Allí, algunos vecinos del pueblo ayudan a los migrantes a contar las monedas para pagar la guagua, les aclaran sorprendidos la duda de "qué bus te lleva de Tefía a Madrid o Barcelona" o les muestran su solidaridad.
Ale solo tiene buenas palabras para Tefía y para los voluntarios de Cruz Roja que los atienden en el albergue, pero piensa que su futuro está en Barcelona, ciudad donde su único hermano ha conseguido trabajo como albañil.
Antes de salir de Senegal, sus padres le dijeron "al llegar a España tienes que trabajar duro para ganarte la vida porque la vida no es fácil", y eso es lo que quiere hacer Ale, empezar a trabajar y "ayudar a la familia y a los pobres que viven en Senegal". "Quiero participar desde España en el desarrollo del país", dice.
Tiene miedo de que el futuro le depare volver a Senegal. "Hay muchos chicos en el país que tienen como sueño venir a Europa, la vida es un poco difícil allí porque hay mucha gente sin trabajo".
Su intención es ir a la capital catalana y trabajar en la recepción de un hotel y "poder así mejorar el idioma". Cree que podría desempeñar el trabajo "porque hay muchos turistas franceses" y él domina su idioma, además del español, inglés y wólof.
Ale sabe que en España hay políticos que rechazan a los inmigrantes. Él sólo se atreve a decir que hay que aceptar a quienes emigran, porque "si vivieran bien en sus países de origen no vendrían aquí, vienen por necesidad", aunque tiene claro que no volvería subirse a una patera.
"La patera no es fácil, hay muchos riesgos y no vale la pena", asegura
A Ale le gustaría tener libros que leer en Tefía, un diccionario español-francés y un teléfono para poder hablar con sus padres. Ellos siguen pensando que su hijo llegó a España como turista en un barco.
Por Eloy Vera.
"La patera no es fácil, hay muchos riesgos y no vale la pena", asegura
A Ale le gustaría tener libros que leer en Tefía, un diccionario español-francés y un teléfono para poder hablar con sus padres. Ellos siguen pensando que su hijo llegó a España como turista en un barco.
Por Eloy Vera.