Por Alejandro Cuevas Vidal. Sputnik
El sábado 2 de mayo, España volvió a salir a la calle. Tras más de 50 días en casa, la ciudadanía tuvo la oportunidad de pisar las aceras y no con carrito en mano y la vista puesta en el supermercado. La población ya puede pasear y muchos lo están aprovechando. Otros prefieren observar desde los balcones.
El Gobierno inicia el plan de desescalada con el objetivo de conseguir una situación más o menos estable a finales de junio. De momento, se puede pasear, aunque también ir al fisioterapeuta o a buscar comida a un restaurante. El 11 de mayo, las terrazas volverán a copar las calles y plazas, los amigos y familiares podrán reunirse tras dos meses de separación y el pequeño comercio se reactivará. Noticias que a la mayoría alegran. Pero no a todos.
Esas personas que no han bajado todavía a pasear, que observan desde los balcones, no miran con entusiasmo la vuelta a la normalidad. El exterior está marcado por el coronavirus y sus domicilios y por ende el confinamiento se han convertido en sus santuarios. Esto lleva a lo que algunos psicólogos denominan el síndrome de la cabaña. "Es la sensación de seguridad que está aportando a muchos ciudadanos estar en casa. Esa ilusión de invulnerabilidad que supone estar encerrado", define la psicóloga María León.
Tras esa seguridad, según la psicóloga Alicia Muñoz, lo que se esconde es el miedo. Temor al contagio, al salir a la calle, pero también a retomar la vida anterior a la pandemia. El hogar reconforta y sirve de disculpa para no enfrentar determinados problemas. "En la Pirámide de Maslow, en una sociedad como la nuestra, el primer nivel, las necesidades fisiológicas, las tenemos cubiertas, pero, con la situación que estamos viviendo, el segundo, el de la seguridad, no. El virus da inseguridad, pero también lo da volver a un trabajo en el que no se está a gusto o a la búsqueda de empleo".
En psicología, los profesionales trabajan contra los miedos irracionales, las fobias y los temores infundados. Sin embargo, como recuerda León, también existe "un miedo adaptativo, un miedo que nos protege". Una circunstancia que hace que existan casos en los que se confunde el síndrome de la cabaña con este tipo de miedo.
Una doble posibilidad que afecta sobre todo a los sectores más escépticos de la sociedad, que suelen ser los más informados y a su vez los más asustados. Según León, la falta de datos claros sobre las consecuencias del virus o sobre la evolución del número de contagios provocan tensión, pero también cautela. "Es cierto que el ser humano necesita ser protegido de la catástrofe y no podemos asimilar demasiadas imágenes duras. Caeríamos en una depresión. Pero el optimismo también es peligroso, a veces hay que ser cauto".
Esta inseguridad, en la que se apoya el propio síndrome de la cabaña, no permite realizar planes a corto o largo plazo, lo que puede acabar con las expectativas personales o, incluso, con las fuentes de sustento, como es un negocio propio o un proyecto laboral.
Esta incertidumbre puede tener, en algunas personas, consecuencias psicológicas graves. Muñoz habla del suicidio o de la psicosis como casos extremos. Otros profesionales, como Manuel Esbert, añaden los trastornos alimenticios o el del sueño. Pero, todos están de acuerdo con la ansiedad, el estrés postraumático o la depresión, que consideran los más habituales. "Ante una situación estresante como esta, depende de los recursos que tengamos para manejar las emociones. Si no lo hacemos bien, podemos enfermar", asegura Muñoz.
No obstante, el estrés o la ansiedad no es lo único que ha generado el confinamiento. Determinadas personas han sido capaces de darle una visión positiva. "Hay gente que se ha adaptado con una capacidad saludable, ha hecho procesos personales útiles, como una reflexión, un rencuentro con uno mismo, ha bajado sus niveles de estrés…Han dado un contenido y sentido a este estado nuevo, pero esto es muy personal", afirma Esbert.
Pero, Esbert también asevera que la cuarentena ha llevado a la sociedad a un estado de hibernación. "El encierro genera pasividad en las personas. La personalidad necesita acción para mantenerse en un estado saludable. La pasividad produce impotencia y depresión. Hace que la gente al estar quieta, se convierta en personas sumisas y aborregadas y son más manipulables que si pudiesen desarrollar su actividad normal".
Esas personas que no han bajado todavía a pasear, que observan desde los balcones, no miran con entusiasmo la vuelta a la normalidad. El exterior está marcado por el coronavirus y sus domicilios y por ende el confinamiento se han convertido en sus santuarios. Esto lleva a lo que algunos psicólogos denominan el síndrome de la cabaña. "Es la sensación de seguridad que está aportando a muchos ciudadanos estar en casa. Esa ilusión de invulnerabilidad que supone estar encerrado", define la psicóloga María León.
Tras esa seguridad, según la psicóloga Alicia Muñoz, lo que se esconde es el miedo. Temor al contagio, al salir a la calle, pero también a retomar la vida anterior a la pandemia. El hogar reconforta y sirve de disculpa para no enfrentar determinados problemas. "En la Pirámide de Maslow, en una sociedad como la nuestra, el primer nivel, las necesidades fisiológicas, las tenemos cubiertas, pero, con la situación que estamos viviendo, el segundo, el de la seguridad, no. El virus da inseguridad, pero también lo da volver a un trabajo en el que no se está a gusto o a la búsqueda de empleo".
"El encierro se convierte en una excusa ante estos miedos", reconoce Muñoz.Coincide con su opinión, Itziar Flores, profesional de la salud mental. El miedo es la principal causa del síndrome de la cabaña, que se suele dar tras largos periodos de aislamiento. Es más, su nombre proviene de las regiones de Estados Unidos en las que el invierno obliga a quedarse dentro de casa durante meses. Aunque el término no está totalmente aceptado en el mundo de la psicología, sí que existen casos de personas que tras una hospitalización larga o un tiempo en prisión padecen una pérdida de seguridad y temor al exterior. Para salir de la cabaña, Flores comenta que lo mejor es ir poco a poco.
“En general, si no hablamos de personas con una patología previa, lo mejor es hacer un proceso gradual. Ir hasta la puerta la primera vez, después dar una vuelta a la manzana…Hacer una aproximación progresiva a la vida normal”.
¿Síndrome o cautela?
Sin embargo, a simple vista, no parece que el síndrome de la cabaña sea la tónica habitual. Las imágenes de paseos marítimos o plazas rebosantes de transeúntes indican que la continuación del encierro no es la decisión mayoritaria de la ciudadanía española. Algo que sorprende a María León, que tampoco ve la parte buena a las salidas masivas. "Esto tampoco es bueno. Igual de malo es tener un miedo irracional de salir a la calle, que la tranquilidad con la que llenan muchos las calles".En psicología, los profesionales trabajan contra los miedos irracionales, las fobias y los temores infundados. Sin embargo, como recuerda León, también existe "un miedo adaptativo, un miedo que nos protege". Una circunstancia que hace que existan casos en los que se confunde el síndrome de la cabaña con este tipo de miedo.
Una doble posibilidad que afecta sobre todo a los sectores más escépticos de la sociedad, que suelen ser los más informados y a su vez los más asustados. Según León, la falta de datos claros sobre las consecuencias del virus o sobre la evolución del número de contagios provocan tensión, pero también cautela. "Es cierto que el ser humano necesita ser protegido de la catástrofe y no podemos asimilar demasiadas imágenes duras. Caeríamos en una depresión. Pero el optimismo también es peligroso, a veces hay que ser cauto".
"Cuando no hemos tenido miedo, mira lo que ha pasado".
Consecuencias psicológicas del confinamiento
"La incertidumbre es peor que tener certezas negativas", remata María León sobre los mensajes edulcorados que, bajo su opinión, se escuchan y leen en distintos medios de comunicación. Según ella, para la estabilidad mental de una persona, es preferible saber "que no puede salir de su domicilio hasta noviembre, que recibir cada día una indicación que a los dos días se contradice".Esta inseguridad, en la que se apoya el propio síndrome de la cabaña, no permite realizar planes a corto o largo plazo, lo que puede acabar con las expectativas personales o, incluso, con las fuentes de sustento, como es un negocio propio o un proyecto laboral.
Esta incertidumbre puede tener, en algunas personas, consecuencias psicológicas graves. Muñoz habla del suicidio o de la psicosis como casos extremos. Otros profesionales, como Manuel Esbert, añaden los trastornos alimenticios o el del sueño. Pero, todos están de acuerdo con la ansiedad, el estrés postraumático o la depresión, que consideran los más habituales. "Ante una situación estresante como esta, depende de los recursos que tengamos para manejar las emociones. Si no lo hacemos bien, podemos enfermar", asegura Muñoz.
No obstante, el estrés o la ansiedad no es lo único que ha generado el confinamiento. Determinadas personas han sido capaces de darle una visión positiva. "Hay gente que se ha adaptado con una capacidad saludable, ha hecho procesos personales útiles, como una reflexión, un rencuentro con uno mismo, ha bajado sus niveles de estrés…Han dado un contenido y sentido a este estado nuevo, pero esto es muy personal", afirma Esbert.
Pero, Esbert también asevera que la cuarentena ha llevado a la sociedad a un estado de hibernación. "El encierro genera pasividad en las personas. La personalidad necesita acción para mantenerse en un estado saludable. La pasividad produce impotencia y depresión. Hace que la gente al estar quieta, se convierta en personas sumisas y aborregadas y son más manipulables que si pudiesen desarrollar su actividad normal".
"Este encierro más allá de su objetivo sanitario, tiene un objetivo político para manipular la sociedad".