Entrevista de Iroel Sánchez - lapupilainsomne
Pascual Serrano lleva décadas investigando los medios de comunicación y también construyendo información alternativa a través de internet. Sus libros se han vuelto imprescindibles para comprender los desafíos que debe enfrentar el periodismo en el mundo contemporáneo. Este es un diálogo sobre el contexto de esos desafíos y también sobre su libro “Contra la neutralidad”.
Comencemos por uno de los temas que has estado tratando últimamente: la carencia de empleo para los periodistas, especialmente en España. ¿Se trata de una situación aislada o es algo corriente?
Es muy habitual. Pienso en compañeros míos de promoción o incluso posteriores. Por ejemplo, tengo una sobrina que acabó periodismo hace tres años y trabaja de camarera. Pero yo creo que son dos problemas: por un lado la precarización o el desempleo que hay en esta profesión de periodista y, por otro, que no existe una demanda. La estructura de la economía de mercado para con el periodismo ha provocado que nadie esté dispuesto a pagar por la noticia, por la información.
En la mayoría de las profesiones lo que pasa es que te explotan y lo que quieren es hacerse ricos con tu trabajo, pero en el caso del periodismo no vale ni siquiera para que te exploten, no crea riqueza directamente para la empresa. La gente no está dispuesta a pagar por un reportaje en Siria o en Ucrania o por un trabajo de investigación al que hay que dedicarle una semana o dos. Esto es un problema muy grave que hace replantearse el periodismo. Pero, más allá del sistema económico, ¿qué está pasando?, ¿cómo conseguimos que el periodismo se financie de alguna manera, ya que la gente no está dispuesta a pagar por él?
Has escrito que en España no hay censura, porque todos los periodistas que merecerían ser censurados están sin empleo, ¿no exageras?
Hay muchas razones o muchos modos de censura. Es el caso de los periodistas que dicen “yo estoy en el periódico y a mí nunca me han forzado ni me han impedido nada”. Claro, habría que saber por qué estás tú y no están otros. Quizás tú estás porque nunca hace falta censurarte nada. Por otro lado, existen muchos mecanismos de censura para impedir que, en determinados lugares o medios, se pueda decir la verdad. Al final, el ciudadano termina no sabiendo la verdad, pues existe una cosa muy preocupante que es la impunidad para mentir. Entonces, si por censura uno entiende que determinados poderes impidan que una verdad se difunda, sin dudas la censura existe.
Otro mecanismo de censura en la economía capitalista es permitir que la mentira también se difunda. Hay muchos medios que mienten y al final el ciudadano no puede diferenciar el hecho real de la mentira, y eso también es censura, al fin y al cabo. Tapar una verdad con mentiras es otro modo de ocultar la verdad.
Pero existe mucho más, ya que generar mucho ruido, mucha interferencia, muchos modos de entretener, de despistar o de desviar la atención, es otro mecanismo para establecer la mentira. Yo utilizaba, por ejemplo, ese símil de que estamos en una situación de dictadura y dos militantes, en la clandestinidad, tienen que transmitirse un mensaje en su buzón de correo. Tienen que dejar una cita para encontrarse, una noche, en el centro de clandestinidad. ¿Qué haría la dictadura en este caso? Te interceptaría cuando le vas a dejar a tu compañero el mensaje cifrado en el buzón, e impediría que se lo dejaras. La democracia, en cambio, cuando ve que has dejado el mensaje, va inmediatamente y deja otros cien mil mensajes en el buzón. Entonces no hay necesidad de censurar el mensaje bueno, ya que el receptor no sabrá cuál era, porque le han dejado en el buzón con otros cien mensajes. Esto se parece bastante al mecanismo moderno.
¿El hecho de que anunciantes y dueños o accionistas sean diferentes no es una oportunidad para la diversidad? ¿Por qué si los anunciantes o dueños son distintos, los enfoques no son diferentes?
Hay una frase en Alicia en el país de las maravillas donde el conejo dice —cuando tengas dudas, pregunta quién es el que paga—, y, efectivamente, es muy importante saber quién es el que paga. Cuando la gente me pregunta: ¿de qué medio me fío, qué medio es de confianza?; yo le digo: no te voy a decir de qué medio te has de fiar ni de cuál no, en principio, lo que sí te voy a decir es que estás obligado a saber quién es el dueño del medio y cómo se financia, antes de poder nutrirte de esas informaciones. Los mecanismos son múltiples y aún así, creo que la crisis de la prensa ha creado una esperanza. En el mecanismo de control pueden entrar primero los dueños, los grandes accionistas y luego otros que no son los dueños, en teoría, pero que sí lo son en la práctica, que es un tema del que casi nunca se habla.
Si uno mira a los accionistas de las grandes empresas mediáticas españolas, ve que los bancos no son los dueños, pero te das cuenta que la mayoría de ellas les debe dinero a esos bancos. Existen algunos casos en que miras a los accionistas y no hay ningún banco, pero en el consejo de administración de la empresa, sí que ese sienta el banco, porque a ese banco se le debe mucho dinero y una de las exigencias que ha puesto es la de estar en el consejo, para ver lo que se hace. De ahí que, si bien el banco no es el dueño, como se le debe, hay un dueño muchas veces oculto, que es el banco acreedor.
El siguiente grupo sería el de los anunciantes, que incluye grandes empresas de cualquier índole. Los anunciantes constituyen un lobby de poder importante, en primer lugar porque no es verdad ese mantra de que los dueños de un determinado medio son los ciudadanos, quienes compran un periódico o ven una televisión, porque ellos componen la audiencia y, en la medida en que el espacio o el medio tiene más audiencia, pues evidentemente se sanea económicamente. Eso no es verdad. Los ciudadanos no pagan con su dinero la televisión que ven, ni el periódico que compran, lo pagan los anunciantes o las empresas o los bancos que aceptan las deudas.
¿Qué relación existe entre la propiedad de los medios de comunicación y la agenda política y económica de un país?
Primero hay un marco general, integrado por grandes empresas que se mueven en una economía de mercado, en la cual se favorecen políticas privatizadoras, como parte de las políticas propias del Estado. Esto quiere decir que si tenemos una empresa de hidrocarburos, una empresa telefónica o una empresa hidroeléctrica; cualquier posición editorial, informativa o reportaje que se haga sobre estos temas, estará mediatizada por esa intervención del Estado, en función de evitar que cualquier problema que allí ocurra se convierta en noticia a nivel internacional.
Si los indígenas mapuches están denunciando que Endesa está destruyendo su paraje natural en Chile, esto malamente saldrá en la prensa española. Por esa razón, si Endesa es un anunciante, si la empresa Telefónica era parte del sistema de comunicaciones en Venezuela, pues cuando el gobierno venezolano nacionaliza y compra la telefonía para hacerla pública, tendrá toda la agresividad por parte de los medios relacionados con esa empresa, asociados a ella.
A mí una vez me preguntó un ministro cubano, con honestidad y sobre todo con ingenuidad: ¿qué tú crees que podría hacer el gobierno cubano para que no fuera tan maltratado por el diario El País? y quien dice El País dice cualquier otro de los dominantes. Y yo le respondí: tiene una solución muy sencilla, es muy fácil que El País te trate bien, lo único que tienes que hacer es privatizar los hidrocarburos, dárselos a Endesa, y las telecomunicaciones dárselas a Telefónica, y privatizar la banca con el BBVA o el Santander y tendrá usted unos maravillosos editoriales de El País.
Se suele decir que ya no existen medios de comunicación pro gubernamentales, sino gobiernos pro mediáticos, ¿estás de acuerdo con esa afirmación?
Hay un tópico que se utiliza mucho en nuestros países, el de llamarle oficialistas a los medios públicos, e independientes a los medios privados y yo he tratado de desmontar esa tesis, porque es absolutamente falsa. Primero, porque se puede tener un medio público que puede ser estatal o colectivo, con la debida independencia, siempre y cuando tengas un consejo editorial o un consejo asesor que recoja muchas entidades, —los sindicatos, los sectores sociales, etc. Luego, es absolutamente mentira que el medio privado es independiente, porque tiene una servidumbre hacia su dueño que muchas veces es mayor que en los del gobierno, entre otras razones porque el gobierno, en una democracia siempre será representativo de una sociedad, y el dueño de una televisión no lo es.
Un ejemplo de cómo muchas veces termina siendo más independiente una televisión estatal que una privada, es lo que sucedió con Berlusconi. Cuando era primer ministro en Italia, controlaba todas las televisoras, las públicas porque era el primer ministro y la privada porque era el dueño, el propietario de MediaSet, la empresa que controla muchas televisiones incluso algunas españolas. Se da uno de sus escándalos, el de las fiestas que hacía con prostitutas, en su mansión de Cerdeña, a las que iban muchos dirigentes, y entonces, ¿cuál era la gran exclusiva periodística?: conseguir una de esas prostitutas para entrevistarla. Por eso él intentó a toda costa que no entrevistaran a ninguna de ellas, en ninguna televisión. Pasaron meses y, como al séptimo mes, hubo una televisión que sí que logró vencer todos los obstáculos para poder llevar a una de estas chicas a un plató y entrevistarla. ¿Y quién la entrevistó? una televisión pública italiana, que pudo vencer los intentos de censura del Primer ministro, mientras las televisoras privadas, que eran propiedad de Berlusconi, no pudieron vencer, como es evidente, los controles de censura de su propietario.
Existen, por tanto, más vías de burlar una censura en una pública que en una privada, pero es que además en España se está viendo cómo los gobiernos neoliberales están consiguiendo influenciar en los medios privados más que en los públicos. Los privados tú los controlas mediante la publicidad institucional, declaraciones fiscales, políticas de incentivos, de ayuda a la inversión, de becas a los estudiantes, mecanismos para enviar fondos; porque los privados tienen menos mecanismos de control que los públicos. Los públicos tienen que rendir cuentas, son auditables de muchas maneras, pero no puedes controlar, auditar, del mismo modo una empresa privada que a una pública. A una pública la puedes llevar incluso al parlamento a discutir qué pasó. Compara, por ejemplo, el poder que pueden tener los sindicatos con respecto a una televisión pública y a una televisión privada y verás que es mucho mayor en el primer caso. Por lo tanto, no es verdad que un privado es independiente y uno público oficialista.
Has dicho que en política existe el NiNi, refiriéndote al que no está ni de un lado ni del otro y has escrito un libro titulado Contra la neutralidad. ¿Realmente existe un periodismo NiNi?
El libro trata sobre cinco periodistas o fotoperiodistas cuya calidad y valor considero absolutamente indiscutibles, desde cualquier óptica ideológica o política, y que no fueron neutrales. Se trata de que el periodista tiene que tener unos valores, unos principios, ya que desde principios es que se puede interpretar y analizar el mundo. Existe además, y es uno de los discursos dominantes sobre el tema, la idea de que el periodismo es neutral, objetivo, imparcial, aséptico, y eso es mentira. Son términos que se manejan, por parte de los medios privados, para poder decirle a la gente: olvídese usted de políticos, de partidos, que yo le voy a dar una información virginal, objetiva, neutra, con datos y cifras.
A partir de ahí, unos medios privados se convierten en agentes políticos de intervención, frente a unas opciones políticas que quedan desautorizadas por definición, mientras que el medio dice que te va a dar la información neutral y tiene para ello un mecanismo de información ideológica mucho más eficaz que el partido político y, por cierto, mucho menos legítimo, ya que no está sometido a los controles democráticos de los partidos políticos.
El libro analiza cinco periodistas, algunos conocidos en Latinoamérica, como el argentino Rodolfo Walsh y también Ryszard Kapuciski, un periodista polaco, referente en las universidades de Europa, que creo no es suficientemente conocido en Latinoamérica. Ambos están fallecidos. Kapuscinski cubrió los procesos de descolonización en América Latina, e incluso en todo el mundo, puesto que trabajó durante las décadas del 70 y el 80 e incluso escribió un libro sobre los movimientos insurgentes en América Latina, que se titula Cristo con el fusil al hombro. Luego están John Reed, que es conocido aquí por su libro Los diez días que estremecieron al mundo, Robert Capa que es el fotógrafo por antonomasia de la Guerra Civil Española y Edgar Snow, el norteamericano que cubrió la Revolución en China.
Estos periodistas nos ayudaban a entender elementos muy complejos y fundamentales del siglo XX y siguen siendo referentes, frente a este periodismo superficial y trivial —que ya ni siquiera sirve para envolver el pescado del día siguiente, sino que se acaba hoy mismo, con la era de internet. Por eso los libros de estos autores se siguen distribuyendo y vendiendo, por tratarse de ese periodismo que interpreta la sociedad y explica el mundo, que se pronuncia y que tiene valores y principios; un periodismo que perdura en el tiempo y que aun hoy sigo reivindicando.
¿Qué les dirías a quienes proponen como solución para los problemas del periodismo en Cuba la naturalización de medios de comunicación privados y su financiación desde el exterior?
El primer problema es que los medios de comunicación terminan convirtiéndose inexorablemente en agentes políticos. En el capitalismo se ha producido algo terrible y es que los mecanismos de intervención política no son ya ni los partidos políticos ni las instituciones. Es decir, quien define los debates, quien crea ideologías, genera opinión y legitima representantes, incluso representantes políticos, son los medios de comunicación. Como dice Ramonet, no es verdad que los medios de comunicación de nuestros países constituyen ese llamado cuarto poder, que vigilaba a los otros tres. En primer lugar porque ya los otros tres se han puesto al servicio de uno, el poder económico y, en segundo, porque el que se suponía que los iba a vigilar, que era el cuarto poder o el periodismo, está mucho más claramente al servicio de la economía y del capital privado que los ya referidos. Esto algo muy peligroso, porque implica que el medio de comunicación deja de hacer periodismo, deja de informar y se convierte en un mecanismo de intervención política, porque el poder económico ha descubierto que este nuevo uso es mucho más eficaz, incluso, que el partido político.
La gente en nuestros países no quiere —como se dice vulgarmente— que le coman el coco y cree que el partido político le come el coco, cree que la empresa publicitaria le come el coco, cree que el cura le come el coco y no le falta razón. Entonces la prensa se presenta para decir: yo no te como el coco, yo le voy a contar a usted objetivamente lo que pasa en Venezuela, yo le doy datos, le doy una información aséptica. Basta ver como se llaman los periódicos: El Mundo, El Globo, El País, El ABC, El Diario. Son todos vocablos neutrales que evocan imparcialidad para, a partir de ahí, decir: esta es la verdad, yo soy el que le va a dar la verdad; los partidos políticos le quieren a usted convencer; las empresas le quieren convencer, todo el mundo le quiere convencer, pero yo no, yo le voy a dar una información pura y dura. Y todo eso es mentira, porque se trata, en realidad, de un mecanismo de intervención. ¿Qué ha pasado, por ejemplo, en América Latina? Las opciones políticas de derecha se han dado cuenta de que ya no convencen a nadie. Ya no hay partidos políticos de derecha o líderes de derecha que convenzan con un discurso de derecha. ¿Cómo lo hacen, entonces? A través de medios de comunicación privados, bajo ese formato de neutralidad. Es así cómo se está inoculando un discurso y unas políticas neoliberales.
Un ejemplo de hasta qué punto los medios de comunicación privados tienen una gran capacidad de intervención, fue cuando se produjo el golpe de estado en Honduras. La primera medida que tomó el gobierno golpista fue privatizar la televisión pública. ¿Y qué buscaba con eso? Cayeron en la cuenta de que si la televisión pública se controla como gobierno golpista, mañana llega un gobierno progresista y podrá democratizar esa televisión; en cambio si se privatiza y se le entrega a un gran empresario, venga el gobierno que venga, ese asegura un predominio de la línea neoliberal, con lo cual ganar o perder las elecciones no tendrá ya la misma importancia.
Si a un ministro o a un diputado en mi país le dijeran: ¿qué prefiere usted, intervenir en el congreso y esperar su turno de réplicas o salirse fuera y dar una entrevista en la televisión? Dejaría el congreso, perfectamente, y se iría fuera, a conceder una entrevista, porque es mucho más poderoso e influyente. El tema es tan terrible que, en este momento, tiene mucho más poder un analista, un columnista o un tertuliano, que lo ha nombrado nadie y que no representa a nadie más que al poder económico que le ha contratado para esa empresa, que un ministro, que tiene detrás el voto de diez millones de personas.
Incluso un ministro aunque no sea de mi partido, está más legitimado en una democracia, tiene más derecho a dirigirse a la gente que un tipo que es un columnista, designado por el dueño o un director de un periódico, cuyo propietario es BBVA. El columnista no representa a nadie, mientras que el ministro, aunque sea del Partido Popular, está más legitimado que un analista, que seguro también va a ser del Partido Popular, pero que ni siquiera lo hemos votado.
Esa es la grave aberración del periodismo que estamos sufriendo; son agentes de intervención política, sin los mecanismos de control democrático. En la democracia tienes un parlamento, los diputados hablan en función del tiempo, del voto que han tenido, de los resultados electorales, las votaciones son en función del apoyo ciudadano, y funcionan las votaciones y funciona la democracia. En cambio, ¿qué democracia hay en un sistema de mercado de medios donde los dueños deciden quién habla?
Has escrito mucho sobre los desafíos y oportunidades que abre Internet para la comunicación. ¿Por qué insistes tanto en que “el hambre, la opresión y las injusticias se producen en el mundo real, no el virtual”?
Yo creo que el tema de las redes e Internet merecen analizar bien sus dos vertientes, es decir la eficacia y lo que tienen de utilidad, y los peligros que también entrañan. No debemos caer en la sensación de que todo lo podemos hacer por Internet. Esas campañas, por ejemplo, de recogidas de firmas, de “vamos a recoger firmas para que dimita Trump”, etc. El señor Donald Trump no se levanta por la mañana y mira a ver cuántas firmas hay en Internet, exigiéndole que dimita. O una de mil firmas para que quiten el nombre de una plaza y al lado otra de diez mil para que la hagan más grande. Es evidente que se trata de una falsa militancia, de un falso activismo; pero también debemos reconocer que es una herramienta que ha ayudado, de algún modo, a terminar con ese oligopolio de medios que había, que eran apenas cuatro medios los que nos informaban.
Ya no es así, ahora un movimiento a través de las redes sociales puede disparar la lectura de un artículo, que de otro modo se hubiera quedado pequeñito. Por lo tanto, alguna capacidad de intervención tenemos sobre lo que se lee. Ahora, en las páginas webs, podemos decir que jugamos en la misma división que el periódico grande. Ellos con su artículo en la web y nosotros con el nuestro. No es lo mismo pero, de alguna manera, estamos jugando en la misma división.
Cuando hablo de Internet, estoy hablando de periodismo y de periodistas que cobran por su actividad; que mandan a un enviado especial a Siria; que trabajan un reportaje de investigación durante 15 días. Eso en estos momentos lo hay gracias a Internet. Se difunde mucho gracias a las redes sociales y se pueden alcanzar por esta vía cifras de ascenso perfectamente homologables a las de un gran periódico, sí que se pueden conseguir esas cosas.
Ahora bien, tenemos que trabajar para decirle a la gente que no conviertan a Internet en un mecanismo para la banalidad, para exponer su vida íntima, para el cotilleo, para lo anecdótico, para lo divertido, para lo frívolo. Nosotros, que propugnamos una cultura de información, una cultura profunda, elaborada, crítica y luchadora por un mundo mejor, tenemos que intentar que Internet también se convierta en algo similar, y que no se convierta en el sitio donde uno pone la foto de la comunión de su hijo, de cuando estuvo en la playa, la fiesta de anoche u otras frivolidades y tonterías semejantes, que es lo que suele suceder.
Creo que hay que darle contenido a esas redes y advertir del falso activismo que puede suponer estar todo el día delante de un ordenador. Las movilizaciones, la lucha, las organizaciones no son virtuales. Las organizaciones políticas no son un grupo de Facebook y el hambre, el dolor, la violencia y la guerra, no son virtuales, son reales. Las movilizaciones se hacen en la calle, manifestándose y moviéndose (1). Creo que en cuanto a información, existen muchas posibilidades gracias a internet y las redes sociales, pero es también muy imprescindible aprender a manejarlas correctamente.
Debemos intentar a toda costa que las mentiras que hasta ahora eran patrimonio solamente de los grandes poderes, nosotros no terminemos haciéndolas nuestras y reproduciéndolas, porque nosotros, desde nuestro activismo y nuestro compromiso, por falta de rigor y falta de seriedad y por no constratar, muchas veces terminamos difundiendo mentiras y es muy importante dejar claro que, dentro de nuestro espíritu crítico, tenemos mucho más rigor y más veracidad y credibilidad que los grandes medios.
(Iroel Sánchez / la Pupila Insomne)
(1) Parece ser que a Pascual Serrano le seduce la lucha en la calle, lo que sorprende sobremanera, pues él milita en una formación política (el PCE integrado en IU) que abandonó ese tipo de lucha hace ya mucho tiempo.
En mayo de 2019 escribió un artículo titulado «Podemos e Izquierda Unida, de dónde venimos y a dónde vamos«. En referencia a estas dos formaciones dijo, acabando el texto: «Hay demasiadas críticas crueles desde sofás, barras de bar y teclados de ordenador que no las merecen. Y desde ninguno de esos sitios se hace algo más meritorio que desde la lucha en la calle».
Serrano reivindica la lucha en las calles, pero, insistimos, obvia que Podemos e Izquierda Unida no sólo es que la abandonaron hace ya bastante tiempo, sino que, además, desactivaron a la gente apartándola de ese genuino y necesario método de lucha.
Comencemos por uno de los temas que has estado tratando últimamente: la carencia de empleo para los periodistas, especialmente en España. ¿Se trata de una situación aislada o es algo corriente?
Es muy habitual. Pienso en compañeros míos de promoción o incluso posteriores. Por ejemplo, tengo una sobrina que acabó periodismo hace tres años y trabaja de camarera. Pero yo creo que son dos problemas: por un lado la precarización o el desempleo que hay en esta profesión de periodista y, por otro, que no existe una demanda. La estructura de la economía de mercado para con el periodismo ha provocado que nadie esté dispuesto a pagar por la noticia, por la información.
En la mayoría de las profesiones lo que pasa es que te explotan y lo que quieren es hacerse ricos con tu trabajo, pero en el caso del periodismo no vale ni siquiera para que te exploten, no crea riqueza directamente para la empresa. La gente no está dispuesta a pagar por un reportaje en Siria o en Ucrania o por un trabajo de investigación al que hay que dedicarle una semana o dos. Esto es un problema muy grave que hace replantearse el periodismo. Pero, más allá del sistema económico, ¿qué está pasando?, ¿cómo conseguimos que el periodismo se financie de alguna manera, ya que la gente no está dispuesta a pagar por él?
Has escrito que en España no hay censura, porque todos los periodistas que merecerían ser censurados están sin empleo, ¿no exageras?
Hay muchas razones o muchos modos de censura. Es el caso de los periodistas que dicen “yo estoy en el periódico y a mí nunca me han forzado ni me han impedido nada”. Claro, habría que saber por qué estás tú y no están otros. Quizás tú estás porque nunca hace falta censurarte nada. Por otro lado, existen muchos mecanismos de censura para impedir que, en determinados lugares o medios, se pueda decir la verdad. Al final, el ciudadano termina no sabiendo la verdad, pues existe una cosa muy preocupante que es la impunidad para mentir. Entonces, si por censura uno entiende que determinados poderes impidan que una verdad se difunda, sin dudas la censura existe.
Otro mecanismo de censura en la economía capitalista es permitir que la mentira también se difunda. Hay muchos medios que mienten y al final el ciudadano no puede diferenciar el hecho real de la mentira, y eso también es censura, al fin y al cabo. Tapar una verdad con mentiras es otro modo de ocultar la verdad.
Pero existe mucho más, ya que generar mucho ruido, mucha interferencia, muchos modos de entretener, de despistar o de desviar la atención, es otro mecanismo para establecer la mentira. Yo utilizaba, por ejemplo, ese símil de que estamos en una situación de dictadura y dos militantes, en la clandestinidad, tienen que transmitirse un mensaje en su buzón de correo. Tienen que dejar una cita para encontrarse, una noche, en el centro de clandestinidad. ¿Qué haría la dictadura en este caso? Te interceptaría cuando le vas a dejar a tu compañero el mensaje cifrado en el buzón, e impediría que se lo dejaras. La democracia, en cambio, cuando ve que has dejado el mensaje, va inmediatamente y deja otros cien mil mensajes en el buzón. Entonces no hay necesidad de censurar el mensaje bueno, ya que el receptor no sabrá cuál era, porque le han dejado en el buzón con otros cien mensajes. Esto se parece bastante al mecanismo moderno.
¿El hecho de que anunciantes y dueños o accionistas sean diferentes no es una oportunidad para la diversidad? ¿Por qué si los anunciantes o dueños son distintos, los enfoques no son diferentes?
Hay una frase en Alicia en el país de las maravillas donde el conejo dice —cuando tengas dudas, pregunta quién es el que paga—, y, efectivamente, es muy importante saber quién es el que paga. Cuando la gente me pregunta: ¿de qué medio me fío, qué medio es de confianza?; yo le digo: no te voy a decir de qué medio te has de fiar ni de cuál no, en principio, lo que sí te voy a decir es que estás obligado a saber quién es el dueño del medio y cómo se financia, antes de poder nutrirte de esas informaciones. Los mecanismos son múltiples y aún así, creo que la crisis de la prensa ha creado una esperanza. En el mecanismo de control pueden entrar primero los dueños, los grandes accionistas y luego otros que no son los dueños, en teoría, pero que sí lo son en la práctica, que es un tema del que casi nunca se habla.
Si uno mira a los accionistas de las grandes empresas mediáticas españolas, ve que los bancos no son los dueños, pero te das cuenta que la mayoría de ellas les debe dinero a esos bancos. Existen algunos casos en que miras a los accionistas y no hay ningún banco, pero en el consejo de administración de la empresa, sí que ese sienta el banco, porque a ese banco se le debe mucho dinero y una de las exigencias que ha puesto es la de estar en el consejo, para ver lo que se hace. De ahí que, si bien el banco no es el dueño, como se le debe, hay un dueño muchas veces oculto, que es el banco acreedor.
El siguiente grupo sería el de los anunciantes, que incluye grandes empresas de cualquier índole. Los anunciantes constituyen un lobby de poder importante, en primer lugar porque no es verdad ese mantra de que los dueños de un determinado medio son los ciudadanos, quienes compran un periódico o ven una televisión, porque ellos componen la audiencia y, en la medida en que el espacio o el medio tiene más audiencia, pues evidentemente se sanea económicamente. Eso no es verdad. Los ciudadanos no pagan con su dinero la televisión que ven, ni el periódico que compran, lo pagan los anunciantes o las empresas o los bancos que aceptan las deudas.
¿Qué relación existe entre la propiedad de los medios de comunicación y la agenda política y económica de un país?
Primero hay un marco general, integrado por grandes empresas que se mueven en una economía de mercado, en la cual se favorecen políticas privatizadoras, como parte de las políticas propias del Estado. Esto quiere decir que si tenemos una empresa de hidrocarburos, una empresa telefónica o una empresa hidroeléctrica; cualquier posición editorial, informativa o reportaje que se haga sobre estos temas, estará mediatizada por esa intervención del Estado, en función de evitar que cualquier problema que allí ocurra se convierta en noticia a nivel internacional.
Si los indígenas mapuches están denunciando que Endesa está destruyendo su paraje natural en Chile, esto malamente saldrá en la prensa española. Por esa razón, si Endesa es un anunciante, si la empresa Telefónica era parte del sistema de comunicaciones en Venezuela, pues cuando el gobierno venezolano nacionaliza y compra la telefonía para hacerla pública, tendrá toda la agresividad por parte de los medios relacionados con esa empresa, asociados a ella.
A mí una vez me preguntó un ministro cubano, con honestidad y sobre todo con ingenuidad: ¿qué tú crees que podría hacer el gobierno cubano para que no fuera tan maltratado por el diario El País? y quien dice El País dice cualquier otro de los dominantes. Y yo le respondí: tiene una solución muy sencilla, es muy fácil que El País te trate bien, lo único que tienes que hacer es privatizar los hidrocarburos, dárselos a Endesa, y las telecomunicaciones dárselas a Telefónica, y privatizar la banca con el BBVA o el Santander y tendrá usted unos maravillosos editoriales de El País.
Se suele decir que ya no existen medios de comunicación pro gubernamentales, sino gobiernos pro mediáticos, ¿estás de acuerdo con esa afirmación?
Hay un tópico que se utiliza mucho en nuestros países, el de llamarle oficialistas a los medios públicos, e independientes a los medios privados y yo he tratado de desmontar esa tesis, porque es absolutamente falsa. Primero, porque se puede tener un medio público que puede ser estatal o colectivo, con la debida independencia, siempre y cuando tengas un consejo editorial o un consejo asesor que recoja muchas entidades, —los sindicatos, los sectores sociales, etc. Luego, es absolutamente mentira que el medio privado es independiente, porque tiene una servidumbre hacia su dueño que muchas veces es mayor que en los del gobierno, entre otras razones porque el gobierno, en una democracia siempre será representativo de una sociedad, y el dueño de una televisión no lo es.
Un ejemplo de cómo muchas veces termina siendo más independiente una televisión estatal que una privada, es lo que sucedió con Berlusconi. Cuando era primer ministro en Italia, controlaba todas las televisoras, las públicas porque era el primer ministro y la privada porque era el dueño, el propietario de MediaSet, la empresa que controla muchas televisiones incluso algunas españolas. Se da uno de sus escándalos, el de las fiestas que hacía con prostitutas, en su mansión de Cerdeña, a las que iban muchos dirigentes, y entonces, ¿cuál era la gran exclusiva periodística?: conseguir una de esas prostitutas para entrevistarla. Por eso él intentó a toda costa que no entrevistaran a ninguna de ellas, en ninguna televisión. Pasaron meses y, como al séptimo mes, hubo una televisión que sí que logró vencer todos los obstáculos para poder llevar a una de estas chicas a un plató y entrevistarla. ¿Y quién la entrevistó? una televisión pública italiana, que pudo vencer los intentos de censura del Primer ministro, mientras las televisoras privadas, que eran propiedad de Berlusconi, no pudieron vencer, como es evidente, los controles de censura de su propietario.
Existen, por tanto, más vías de burlar una censura en una pública que en una privada, pero es que además en España se está viendo cómo los gobiernos neoliberales están consiguiendo influenciar en los medios privados más que en los públicos. Los privados tú los controlas mediante la publicidad institucional, declaraciones fiscales, políticas de incentivos, de ayuda a la inversión, de becas a los estudiantes, mecanismos para enviar fondos; porque los privados tienen menos mecanismos de control que los públicos. Los públicos tienen que rendir cuentas, son auditables de muchas maneras, pero no puedes controlar, auditar, del mismo modo una empresa privada que a una pública. A una pública la puedes llevar incluso al parlamento a discutir qué pasó. Compara, por ejemplo, el poder que pueden tener los sindicatos con respecto a una televisión pública y a una televisión privada y verás que es mucho mayor en el primer caso. Por lo tanto, no es verdad que un privado es independiente y uno público oficialista.
Has dicho que en política existe el NiNi, refiriéndote al que no está ni de un lado ni del otro y has escrito un libro titulado Contra la neutralidad. ¿Realmente existe un periodismo NiNi?
El libro trata sobre cinco periodistas o fotoperiodistas cuya calidad y valor considero absolutamente indiscutibles, desde cualquier óptica ideológica o política, y que no fueron neutrales. Se trata de que el periodista tiene que tener unos valores, unos principios, ya que desde principios es que se puede interpretar y analizar el mundo. Existe además, y es uno de los discursos dominantes sobre el tema, la idea de que el periodismo es neutral, objetivo, imparcial, aséptico, y eso es mentira. Son términos que se manejan, por parte de los medios privados, para poder decirle a la gente: olvídese usted de políticos, de partidos, que yo le voy a dar una información virginal, objetiva, neutra, con datos y cifras.
A partir de ahí, unos medios privados se convierten en agentes políticos de intervención, frente a unas opciones políticas que quedan desautorizadas por definición, mientras que el medio dice que te va a dar la información neutral y tiene para ello un mecanismo de información ideológica mucho más eficaz que el partido político y, por cierto, mucho menos legítimo, ya que no está sometido a los controles democráticos de los partidos políticos.
El libro analiza cinco periodistas, algunos conocidos en Latinoamérica, como el argentino Rodolfo Walsh y también Ryszard Kapuciski, un periodista polaco, referente en las universidades de Europa, que creo no es suficientemente conocido en Latinoamérica. Ambos están fallecidos. Kapuscinski cubrió los procesos de descolonización en América Latina, e incluso en todo el mundo, puesto que trabajó durante las décadas del 70 y el 80 e incluso escribió un libro sobre los movimientos insurgentes en América Latina, que se titula Cristo con el fusil al hombro. Luego están John Reed, que es conocido aquí por su libro Los diez días que estremecieron al mundo, Robert Capa que es el fotógrafo por antonomasia de la Guerra Civil Española y Edgar Snow, el norteamericano que cubrió la Revolución en China.
Estos periodistas nos ayudaban a entender elementos muy complejos y fundamentales del siglo XX y siguen siendo referentes, frente a este periodismo superficial y trivial —que ya ni siquiera sirve para envolver el pescado del día siguiente, sino que se acaba hoy mismo, con la era de internet. Por eso los libros de estos autores se siguen distribuyendo y vendiendo, por tratarse de ese periodismo que interpreta la sociedad y explica el mundo, que se pronuncia y que tiene valores y principios; un periodismo que perdura en el tiempo y que aun hoy sigo reivindicando.
¿Qué les dirías a quienes proponen como solución para los problemas del periodismo en Cuba la naturalización de medios de comunicación privados y su financiación desde el exterior?
El primer problema es que los medios de comunicación terminan convirtiéndose inexorablemente en agentes políticos. En el capitalismo se ha producido algo terrible y es que los mecanismos de intervención política no son ya ni los partidos políticos ni las instituciones. Es decir, quien define los debates, quien crea ideologías, genera opinión y legitima representantes, incluso representantes políticos, son los medios de comunicación. Como dice Ramonet, no es verdad que los medios de comunicación de nuestros países constituyen ese llamado cuarto poder, que vigilaba a los otros tres. En primer lugar porque ya los otros tres se han puesto al servicio de uno, el poder económico y, en segundo, porque el que se suponía que los iba a vigilar, que era el cuarto poder o el periodismo, está mucho más claramente al servicio de la economía y del capital privado que los ya referidos. Esto algo muy peligroso, porque implica que el medio de comunicación deja de hacer periodismo, deja de informar y se convierte en un mecanismo de intervención política, porque el poder económico ha descubierto que este nuevo uso es mucho más eficaz, incluso, que el partido político.
La gente en nuestros países no quiere —como se dice vulgarmente— que le coman el coco y cree que el partido político le come el coco, cree que la empresa publicitaria le come el coco, cree que el cura le come el coco y no le falta razón. Entonces la prensa se presenta para decir: yo no te como el coco, yo le voy a contar a usted objetivamente lo que pasa en Venezuela, yo le doy datos, le doy una información aséptica. Basta ver como se llaman los periódicos: El Mundo, El Globo, El País, El ABC, El Diario. Son todos vocablos neutrales que evocan imparcialidad para, a partir de ahí, decir: esta es la verdad, yo soy el que le va a dar la verdad; los partidos políticos le quieren a usted convencer; las empresas le quieren convencer, todo el mundo le quiere convencer, pero yo no, yo le voy a dar una información pura y dura. Y todo eso es mentira, porque se trata, en realidad, de un mecanismo de intervención. ¿Qué ha pasado, por ejemplo, en América Latina? Las opciones políticas de derecha se han dado cuenta de que ya no convencen a nadie. Ya no hay partidos políticos de derecha o líderes de derecha que convenzan con un discurso de derecha. ¿Cómo lo hacen, entonces? A través de medios de comunicación privados, bajo ese formato de neutralidad. Es así cómo se está inoculando un discurso y unas políticas neoliberales.
Un ejemplo de hasta qué punto los medios de comunicación privados tienen una gran capacidad de intervención, fue cuando se produjo el golpe de estado en Honduras. La primera medida que tomó el gobierno golpista fue privatizar la televisión pública. ¿Y qué buscaba con eso? Cayeron en la cuenta de que si la televisión pública se controla como gobierno golpista, mañana llega un gobierno progresista y podrá democratizar esa televisión; en cambio si se privatiza y se le entrega a un gran empresario, venga el gobierno que venga, ese asegura un predominio de la línea neoliberal, con lo cual ganar o perder las elecciones no tendrá ya la misma importancia.
Si a un ministro o a un diputado en mi país le dijeran: ¿qué prefiere usted, intervenir en el congreso y esperar su turno de réplicas o salirse fuera y dar una entrevista en la televisión? Dejaría el congreso, perfectamente, y se iría fuera, a conceder una entrevista, porque es mucho más poderoso e influyente. El tema es tan terrible que, en este momento, tiene mucho más poder un analista, un columnista o un tertuliano, que lo ha nombrado nadie y que no representa a nadie más que al poder económico que le ha contratado para esa empresa, que un ministro, que tiene detrás el voto de diez millones de personas.
Incluso un ministro aunque no sea de mi partido, está más legitimado en una democracia, tiene más derecho a dirigirse a la gente que un tipo que es un columnista, designado por el dueño o un director de un periódico, cuyo propietario es BBVA. El columnista no representa a nadie, mientras que el ministro, aunque sea del Partido Popular, está más legitimado que un analista, que seguro también va a ser del Partido Popular, pero que ni siquiera lo hemos votado.
Esa es la grave aberración del periodismo que estamos sufriendo; son agentes de intervención política, sin los mecanismos de control democrático. En la democracia tienes un parlamento, los diputados hablan en función del tiempo, del voto que han tenido, de los resultados electorales, las votaciones son en función del apoyo ciudadano, y funcionan las votaciones y funciona la democracia. En cambio, ¿qué democracia hay en un sistema de mercado de medios donde los dueños deciden quién habla?
Has escrito mucho sobre los desafíos y oportunidades que abre Internet para la comunicación. ¿Por qué insistes tanto en que “el hambre, la opresión y las injusticias se producen en el mundo real, no el virtual”?
Yo creo que el tema de las redes e Internet merecen analizar bien sus dos vertientes, es decir la eficacia y lo que tienen de utilidad, y los peligros que también entrañan. No debemos caer en la sensación de que todo lo podemos hacer por Internet. Esas campañas, por ejemplo, de recogidas de firmas, de “vamos a recoger firmas para que dimita Trump”, etc. El señor Donald Trump no se levanta por la mañana y mira a ver cuántas firmas hay en Internet, exigiéndole que dimita. O una de mil firmas para que quiten el nombre de una plaza y al lado otra de diez mil para que la hagan más grande. Es evidente que se trata de una falsa militancia, de un falso activismo; pero también debemos reconocer que es una herramienta que ha ayudado, de algún modo, a terminar con ese oligopolio de medios que había, que eran apenas cuatro medios los que nos informaban.
Ya no es así, ahora un movimiento a través de las redes sociales puede disparar la lectura de un artículo, que de otro modo se hubiera quedado pequeñito. Por lo tanto, alguna capacidad de intervención tenemos sobre lo que se lee. Ahora, en las páginas webs, podemos decir que jugamos en la misma división que el periódico grande. Ellos con su artículo en la web y nosotros con el nuestro. No es lo mismo pero, de alguna manera, estamos jugando en la misma división.
Cuando hablo de Internet, estoy hablando de periodismo y de periodistas que cobran por su actividad; que mandan a un enviado especial a Siria; que trabajan un reportaje de investigación durante 15 días. Eso en estos momentos lo hay gracias a Internet. Se difunde mucho gracias a las redes sociales y se pueden alcanzar por esta vía cifras de ascenso perfectamente homologables a las de un gran periódico, sí que se pueden conseguir esas cosas.
Ahora bien, tenemos que trabajar para decirle a la gente que no conviertan a Internet en un mecanismo para la banalidad, para exponer su vida íntima, para el cotilleo, para lo anecdótico, para lo divertido, para lo frívolo. Nosotros, que propugnamos una cultura de información, una cultura profunda, elaborada, crítica y luchadora por un mundo mejor, tenemos que intentar que Internet también se convierta en algo similar, y que no se convierta en el sitio donde uno pone la foto de la comunión de su hijo, de cuando estuvo en la playa, la fiesta de anoche u otras frivolidades y tonterías semejantes, que es lo que suele suceder.
Creo que hay que darle contenido a esas redes y advertir del falso activismo que puede suponer estar todo el día delante de un ordenador. Las movilizaciones, la lucha, las organizaciones no son virtuales. Las organizaciones políticas no son un grupo de Facebook y el hambre, el dolor, la violencia y la guerra, no son virtuales, son reales. Las movilizaciones se hacen en la calle, manifestándose y moviéndose (1). Creo que en cuanto a información, existen muchas posibilidades gracias a internet y las redes sociales, pero es también muy imprescindible aprender a manejarlas correctamente.
Debemos intentar a toda costa que las mentiras que hasta ahora eran patrimonio solamente de los grandes poderes, nosotros no terminemos haciéndolas nuestras y reproduciéndolas, porque nosotros, desde nuestro activismo y nuestro compromiso, por falta de rigor y falta de seriedad y por no constratar, muchas veces terminamos difundiendo mentiras y es muy importante dejar claro que, dentro de nuestro espíritu crítico, tenemos mucho más rigor y más veracidad y credibilidad que los grandes medios.
(Iroel Sánchez / la Pupila Insomne)
(1) Parece ser que a Pascual Serrano le seduce la lucha en la calle, lo que sorprende sobremanera, pues él milita en una formación política (el PCE integrado en IU) que abandonó ese tipo de lucha hace ya mucho tiempo.
En mayo de 2019 escribió un artículo titulado «Podemos e Izquierda Unida, de dónde venimos y a dónde vamos«. En referencia a estas dos formaciones dijo, acabando el texto: «Hay demasiadas críticas crueles desde sofás, barras de bar y teclados de ordenador que no las merecen. Y desde ninguno de esos sitios se hace algo más meritorio que desde la lucha en la calle».
Serrano reivindica la lucha en las calles, pero, insistimos, obvia que Podemos e Izquierda Unida no sólo es que la abandonaron hace ya bastante tiempo, sino que, además, desactivaron a la gente apartándola de ese genuino y necesario método de lucha.